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Juan Pelizzatti: “El vino se debe un regreso a la pequeña escala y al estudio del lugar"


Creada por Gabriel Bloise, Facundo Bonamaizon, Mariana Salas y Juan Pelizzatti, 4 Gatos Locos busca diferenciarse no sólo desde la calidad de sus vinos, sino también a través de “un anclaje cada vez mayor en los valores más profundos”, según cuenta a PdV el propio Pelizzatti.

“4 Gatos Locos es el resultado de una búsqueda personal que comenzó 18 años atrás en una industria que era muy distinta a la de hoy, y que derivo en lo que hoy es Bodega Chakana, que recientemente vendí a otros inversores. A lo largo del proceso, junto con el resto de la industria y la mano de algunos precursores como Alberto Antonini, Pedro Parra, Alan York, Calude Bourguignon, descubrimos el concepto de terroir y el potencial de algunos terruños de Mendoza”, comienza a explicar Pelizzatti, y señala que “4 gatos locos” es “la expresión de mi compromiso personal con el que entiendo es el lugar con mayor potencial del todo el territorio explorado”.

“Un lugar de vinos verdaderos, con un potencial de expresión y desarrollo como ningún otro y que requiere de tiempo y estudio para revelarse. 4 gatos locos, un nombre que pretende ironizar sobre las cuatro personas que sostuvimos esta búsqueda al menos en los últimos 15 años, trata de aportar esta búsqueda a una industria del vino que sigue deslumbrada por el chauvinismo, los personalismos y el poder de las marcas”, resume.

Una de las claves de la bodega es sin dudas la composición de un equipo diverso, con orientaciones técnicas que incluyen enología, viticultura, agricultura ecológica y desarrollo de negocios, todos atravesados por una pasión y una intención común. “Compartimos deslumbramientos y fracasos, viajes reales y simbólicos, y sobre todo las ganas de explorar territorio desconocido, tanto en lo agrícola como en los enológico y lo comercial”, apunta el ejecutivo.

Para Juan Pelizzatti, el vino en el mundo está en un “proceso de subversión y turbulencia que acompaña cambios de época fundamentales que atraviesa nuestra sociedad y que todavía no está claro que dirección tomarán”. Y asevera: “El agotamiento del modelo de la frivolidad financiera, la sociedad del espectáculo y del consumo, la crisis ecológica cada vez más pregnante y ahora el desafío global de la pandemia requieren, desde mi punto de vista, un anclaje cada vez mayor en los valores más profundos. El vino es un producto milenario, sagrado, esencialmente cultural. El movimiento orgánico y el movimiento del vino natural intentan llamar la atención sobre los desvíos y los abusos de los criterios industrialistas que llevaron al vino a ser un producto industrial. Pero al final, caen en las mismas trampas, tendidas por los mismos actores. Creo que el vino se debe un regreso a la pequeña escala, al estudio del lugar, a prácticas enologías sensatas y parsimoniosas, basadas en el conocimiento del lugar en lugar de los artificios técnicos”.

Y agrega: “Yo creo que, de manera embrionaria, estos requerimientos comienzan a aparecer en los consumidores más aculturados en los países más revolucionados, en medio de los fuegos de artificio de quien tiene intereses completamente contrarios. Apostamos a eso”.


En lo que respecta al mercado local, señala que la oportunidad de Argentina “está en la identificación de los lugares con mayor potencial enológico y la comunicación comprometida de sus características individuales y únicas”. “Creo que algo de esto está pasando, aunque es irremediable que las marcas quieran ponerse a ellas mismas por encima de los lugares. Esto ha sucedido en todos lados, pero poco a poco las verdaderas vocaciones de los terruños estoy seguro de que trascenderán. El desafío de la industria argentina, de toda la industria, pero de la del vino en particular, ya que requiere un gigantesco capital de trabajo en relación con la facturación, es la de poder sobrevivir a la economía argentina, su decadencia permanente, su destrucción sistemática del pequeño emprendimiento, sus arbitrariedades y abusos institucionales a todos los niveles”.

“Ser un pequeño productor dedicado a la tierra en Argentina es heroico, ya que es un sector que queda sumergido en la discusión mezquina de gobiernos y productores latifundistas por la apropiación de la renta de la fertilidad natural de nuestras praderas ancestrales”, continúa y completa: “recomiendo a quienes se acercan por primera vez al vino que emprendan con entusiasmo el viaje por los terruños que propone el vino, que los descubran, los reconozcan, los aprecien en su diversidad. Esta es la mayor riqueza del vino y es fuente de satisfacción infinita. Y que no se dejen engañar por los fuegos de artificio con los que la sociedad de consumo intenta cegarlos”.

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