La pandemia COVID-19 ha puesto en estado de crisis al comercio minorista en la mayoría de los países del planeta, con cierres transitorios o limitaciones en la cantidad de público que pueden atender. En lo que hace al vino como producto de consumo, los comercios de alimentos permanecen abiertos y el consumo doméstico ha aumentado por las cuarentenas, pero la salida por restaurantes se ha diezmado. Para la industria del vino, que tradicionalmente lo ha comercializado como tema de encuentro social, esta focalización en lo individual –-potenciada por las restricciones a las reuniones familiares y de amigos en el ámbito residencial— plantea la necesidad de estudiar seriamente cuáles son las perspectivas futuras de consumo del producto, más allá de que se levanten o aligeren las restricciones a la cercanía humana en sus distintas formas. El tema de los restaurantes y la compra online de alimentos preparados, para ser entregados y consumidos en el hogar, está teniendo relevancia en el Hemisferio Norte. Allá es, actualmente, una solución transitoria. La pregunta es: ¡No se está en camino de que se la necesite en forma permanente?. El planeta no volverá a ser igual al existente antes de la pandemia. Habrá cambios sustanciales de costumbres. Desde el punto de vista sociológico, hay opiniones en favor de que el ser humano es un ente sociable y tratará de volver a reunirse masivamente en cuanto ello le sea permitido. Desde el punto de vista mediático, la Internet, redes sociales y los smartphones están produciendo una generación de adolescentes individualistas, cuya obsesión con la autonomía ha puesto a toda la industria publicitaria en crisis. Y esto se propaga a los mayores. Los recitales musicales reúnen multitudes, sí, pero son el resultado de reunir seres autónomos entre sí con vivencias comunes, no una ‘familia’ de cien mil personas. El primer mensaje es, entonces: los restaurantes artesanales deben prepararse para poder enviar a domicilio la comida que producen, de la misma manera que lo hacen hoy las cadenas de ‘comida rápida’. Entonces, hay que adecuar lo que se producirá. En Estados Unidos, los expertos aconsejan ‘reducir el número de menúes’ y facilitar los pedidos con embalaje adecuado. A la industria del vino le interesa, y mucho, que esas comidas artesanales a domicilio incluyan vino. Aquí aparece el tema de la botella. La de 750 ml es demasiado grande para acompañar un envío de pedido individual. Será necesario poner a disposición contenidos de 185 ml y 375 ml para los pedidos para una y dos personas. También habrá que ofrecer una mayor variedad, de modo que la persona que lo pida tenga opciones. Es cierto que el usuario puede tener el vino en su casa, pero esto afecta la facturación del restaurante y la viabilidad de la sommelier. Conviene configurar un conjunto. Un modelo existente a tener en cuenta es el de la comida en la clase ejecutiva de los aviones. Es probable que, a futuro, muchos restaurantes adopten este concepto para sus envíos a domicilio, en tanto la de la clase turista puede ser asemejada a la comida rápida actual. Otro aspecto vigente en los Estados Unidos es el de la ‘tarjeta de regalo’ o ‘voucher’. Los expertos recomiendan a los usuarios que exhiban hoy su aprecio a sus restaurantes preferidos mediante la compra de una tarjeta o voucher para ser obsequiada a otra persona o utilizada a futuro. El argumento: ayuda a pagar los gastos actuales del restaurante y aleja su quiebra. En los países más civilizados, donde la inflación no es problema, su puede utilizar la moneda como referente. Cuando la inflación es como la de Argentina, habría que fijar un modelo de menú y garantizar que, durante un cierto lapso, se lo podrá pagar con este documento. O sea, que se convierte en una prefinanciación.
Tal vez no sea coincidencia que haya bodegas en el mundo trabajando en la idea de una moneda virtual, una especie de “eno-bitcoin”, cuyo valor será de una botella de cierto vino a lo largo del tiempo.
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